Por todos los resquicios de agosto va apareciendo una nueva primavera asomando en los nacientes brotes de los árboles, anunciándose en las flores de los aromos que son árboles extranjeros que han invadido todas las riberas de los ríos, los valles y los caminos, impidiendo que la flora auténtica del país sobreviva en esos parajes que antes era la tierra de nuestros árboles y arbustos auténticos de estos rincones del sur nuestro en el que nacimos y moriremos algún día. Vivimos la prolongación evidente de los días con amaneceres más tempranos y tardes donde los crepúsculos van achicando las noches. Queda aún parte del invierno, con sus fríos y también algunas lluvias, pero este septiembre primaveral que se acerca pronto, adviene además para recordamos que estamos próximos a un cincuentenario distinto donde la primavera también naciente, igual que ahora, hace cincuenta años, se ensombreció de sangre y de muertes, donde los recuerdos de nuestros parientes, amigos y conocidos, presos, exiliados y desaparecidos vuelven a angustiarnos en esa soledad de sombras que dejó una estela inédita en nuestra historia, donde las fuerzas de la destrucción dejaría las noches clausuradas por el espanto, donde cada noche era una gran interrogante para saber si mañana amanecería otro día para cada uno.
Sí, es tiempo de primavera y es tiempo de recuerdos, de gritos de auxilio de mujeres y hombres y niños desamparados por el odio y dejados en los rincones de la tortura y las angustias, envueltos en el miedo, en la indefensión. En las ausencias cómplices de los habeas corpus. En los planes “Z” inventados para justificar la muerte. Es una primavera siempre distinta que ha dado vueltas cincuenta veces en el calendario, para saber dónde están ellas y ellos, en dónde están sus restos, sus huesos, sus nombres, en seguir esperando en qué lugar terrestre o marítimo fueron arrojados desde las naves negras de los helicópteros siniestros que participaron en esa guerra imaginaria contra seres humanos atados a rieles y bloques de cemento, en seguir buscando donde está aquel lugar secreto donde las fuerzas del mal les arrojaron vilmente creyendo que desapareciendo los cuerpos desaparecerían sus espíritus.
Pero ellos, los culpables, los que asesinaron, los que torturaron, los que hicieron desaparecer a mujeres, niños y hombres, los que escondieron sus restos para siempre, están para siempre también en la condena eterna del Creador sin perdón ni olvido por una eternidad. Es una primavera distinta que se aproxima, de emociones y lágrimas donde el nombre de nuestros Ricardo Gustavo y el joven niño Luis estarán como siempre presentes para que nunca más las calles de Angol guarden el secreto de sus asesinatos y para que nunca más también en otros lugares urbanos y en los campos de Malleco se oculten a mujeres y hombres asesinados por el odio. Ya está cerca la primavera, cuando la sangre de hace medio siglo comenzó a dejar rojos copihues en los rincones de la Patria donde siempre siguen floreciendo.